Producto Interior Bruto:
El Producto Interior Bruto (PIB) es el valor a precios finales de mercado de los bienes y servicios oficialmente producidos en el interior de un país durante un año. Representa el instrumento más utilizado para medir el desarrollo económico de un país.
Puede medirse mediante tres métodos, que deberían dar el mismo resultado. El método de la oferta o del valor agregado consiste en sumar el valor neto de la producción de todas las empresas del país. El método del gasto consiste en establecer el gasto total en la compra de servicios mediante la suma del consumo privado, la inversión bruta y el gasto público, que ha de ajustarse sumándole las exportaciones y restándole las importaciones (las exportaciones se producen en el interior país pero son pagadas en el exterior, mientras que con las importaciones ocurre lo contrario). Por último el método de la distribución o del ingreso consiste en sumar los ingresos que obtienen los distintos participantes en la producción, es decir la suma de salarios, beneficios, intereses y rentas. En 1993 se llegó a un acuerdo internacional sobre los procedimientos de medición del PIB.
El Producto Nacional Bruto se calcula teniendo en cuenta no el lugar de la producción sino la propiedad de las empresas, así es que representa el valor de los bienes y servicios producidos por las empresas de un país tanto en el interior como en el exterior de sus fronteras. Por ello el PNB es igual al PIB más los ingresos obtenidos en el exterior, menos los pagos realizados a extranjeros por sus ingresos obtenidos en el territorio nacional.
Para medir el crecimiento del PIB de un año para otro es necesario tomar en consideración las variaciones de los precios, para lo cual se calcula el porcentaje que el valor de una moneda en un determinado año representa respecto a su valor en el año que se toma como base. Si por ejemplo la inflación en un país ha reducido el 50 % el valor de su moneda en veinte años, por ejemplo entre 2010 y 1990, el PIB de 2010 a precios corrientes, es decir a precios de ese año, será equivalente a tan sólo la mitad medido a precios constantes de 1990 y ese es el valor que debe ser tomado en consideración para medir el crecimiento experimentado. Para ello se utiliza un índice de precios denominado deflector del PIB.
Para las comparaciones internacionales es necesario utilizar una tasa de cambio de las monedas y para ello se utilizan dos métodos. El primero es utilizar la tasa de cambio del mercado internacional, mientras que el segundo modifica esta tasa teniendo en cuenta la paridad de poder adquisitivo de las monedas, es decir el precio que hay que pagar por la misma cesta de productos en distintos países. Puesto que los precios son más altos en los países más ricos este segundo método, que refleja con mayor exactitud el nivel de vida relativo, muestra una menor diferencia entre el PIB de los países más desarrollados y de los países en desarrollo.
Recesión económica:
Se denomina recesión a un período prolongado de caída de la actividad económica, que se manifiesta en la reducción del PIB, de los ingresos, del empleo y del consumo. La regla que se utiliza habitualmente es la de considerar que una economía ha entrado en recesión cuando el PIB cae durante dos trimestres consecutivos. De acuerdo con esta regla la economía española entró en recesión en la segunda mitad de 2008. Cuando la recesión se prolonga durante tres o más años se suele utilizar el término depresión, como en el caso de la Gran Depresión de los años treinta. Ese no es, al menos todavía, el caso de la recesión mundial que se inició en 2008, a la que algunos analistas se refieren como la Gran Recesión. El origen de una recesión se encuentra en una crisis que afecta a la confianza de los actores económicos.
La respuesta de las autoridades al inicio de una recesión suele consistir en medidas expansionistas que estimulen la demanda, mediante una política monetaria expansionista, que implica una reducción de los tipos de interés, y/o un incremento del gasto público. Ello puede conducir sin embargo a un aumento del déficit público y por tanto de la deuda pública que debilite la confianza de los inversores en la solidez financiera del país afectado y contribuya a sus dificultades económicas.
Socialdemocracia:
El término socialdemocracia se aplica a una corriente política que durante su existencia de más de un siglo ha experimentado un considerable cambio en sus objetivos, al tiempo que mantenía una notable continuidad en sus organizaciones, en su apoyo social e incluso en sus principios básicos, que pueden resumirse en la aspiración a un sistema económico y social más favorable a los ciudadanos y ciudadanas comunes.
En una primera etapa los socialdemócratas o socialistas, ambos términos eran intercambiables, pretendían sustituir el sistema capitalista por otro basado en la propiedad colectiva de los medios de producción y se inspiraban en gran medida en la doctrina de Marx. Posteriormente algunos de ellos, entre los que destacó Eduard Bernstein emprendieron una revisión de algunos aspectos del marxismo y esta tendencia se fue acentuando tras la ruptura entre comunistas y socialistas que se produjo a partir de la revolución bolchevique. En las décadas que siguieron a la Segunda Guerra Mundial los socialdemócratas de Europa occidental jugaron un gran papel en la creación del Estado del bienestar y se orientaron hacia la reforma del capitalismo más que hacia su abolición. Ello condujo a su identificación práctica con el sistema basado en la combinación de la economía de
mercado e intervencionismo estatal dominante en Europa en aquel periodo. Pero el retorno al liberalismo económico que se produjo a partir de los años setenta llevó gradualmente a los partidos socialdemócratas a modificar sus planteamientos y a apoyar un modelo económico más flexible y abierto. Esto ha conducido a que a comienzos del siglo XXI las políticas económicas de los gobiernos socialdemócratas no sean en muchos aspectos contrapuestas a las de gobiernos más conservadores, al tiempo que la socialdemocracia se mantiene como la principal fuerza política en el campo de la izquierda.
El primer partido socialdemócrata fue el alemán, que surgió en el congreso de Gotha de 1875 de la fusión de dos partidos preexistentes y se basó en gran medida, pero no de forma exclusiva, en la doctrina de Marx. En los años siguientes surgieron nuevos partidos de semejante orientación, que adoptaron la denominación de socialistas o socialdemócratas, y en 1889 se fundó la Internacional Socialista, también conocida como Segunda Internacional, que actuó como órgano de enlace entre ellos. Fue en el seno del Partido Socialdemócrata Alemán donde surgió la corriente revisionista del marxismo en la que se encuentra el origen de la socialdemocracia actual. Su principal impulsor, a partir de 1898, fue Eduard Berstein, quien criticó el determinismo económico de Marx y su creencia en el empobrecimiento creciente de los trabajadores, en el inevitable hundimiento del capitalismo, en la división de la sociedad en dos clases antagónicas y en la necesidad de la dictadura del proletariado. Por el contrario propuso que la socialdemocracia colaborara con otros partidos democráticos de izquierda para impulsar reformas sociales y políticas graduales por medios pacíficos. Los novedosos planteamientos de Berstein fueron mayoritariamente rechazados por el movimiento socialista internacional, pero sus ideas terminaron por imponerse en la práctica. A partir de la revolución rusa de 1917 y de la escisión comunista, la mayor parte de los partidos socialistas rechazaron el marxismo dogmático y la dictadura de partido y asumieron la defensa de las libertades democráticas. Tras la turbulenta era de los fascismos y de la Segunda Guerra Mundial esa fue la tendencia que se impuso en la socialdemocracia europea.
La nueva Internacional Socialista, fundada en 1951, denunció en su documento fundacional, la declaración de Frankfurt, denunció tanto el capitalismo como el comunismo. Los partidos que la integraban asumieron la defensa de los principios liberales en que se basaban las democracias occidentales al tiempo que impulsaban, junto a otros partidos, el desarrollo del Estado del Bienestar.
En 1959 el Partido Socialdemócrata Alemán abandonó en su congreso de Godesberg el marxismo y el concepto de la lucha de clases.
El triunfo del Estado del bienestar, tanto en Europa como en otros lugares, incluido Estados Unidos, que carece de una tradición socialdemócrata, ha restado especificidad a los partidos socialdemócratas. Puesto que la sustitución de la economía de mercado ya no se plantea y los rasgos básicos del Estado del bienestar no son discutidos por ninguna corriente política importante, el programa socialdemócrata básico se ha convertido en parte del consenso democrático. Por otra parte la necesidad de combinar el mantenimiento del Estado del bienestar con la promoción de la eficacia económica, en una etapa de creciente competencia a nivel global y de declive demográfico, ha obligado a los gobiernos socialdemócratas a tomar medidas de liberalización económica contrarias a su tradición.
Terrorismo:
Podemos definir el terrorismo como un conjunto de actos de violencia premeditada, ejecutados por una organización clandestina o por agentes encubiertos de un gobierno, cuyas víctimas son personas no combatientes y cuyo propósito es político. Esta definición no es universalmente aceptada y el propio término resulta polémico, debido a la fuerte connotación negativa que posee, por lo que existe una reticencia a aplicarlo a los actos de quienes luchan por una causa considerada justa. De acuerdo con una observación cínica, quienes para unos son terroristas, para otros son luchadores por la libertad.
Existen sin embargo documentos internacionales relevantes que respaldan el empleo del término en el sentido aquí apuntado. En 1995 a una resolución de la Asamblea General de Naciones Unidas definió los atentados terroristas como “actos criminales con fines políticos concebidos o planeados para provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en personas determinadas” y afirmó que resultaban “injustificables en todas las circunstancias, cualesquiera sean las consideraciones políticas, filosóficas, ideológicas, raciales, étnicas, religiosas o de cualquier otra índole que se hagan valer para justificarlos”. Una resolución de la Asamblea General, a pesar de su importancia simbólica, no implica sin embargo ninguna obligación legal para los Estados miembros. En cambio un convenio internacional representa un compromiso obligatorio para todos los Estados que lo suscriben. De ahí la importancia de que se incluyera una definición del acto terrorista en la Convención Internacional para la Supresión de la Financiación del Terrorismo, adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1999 y que entró en vigor en 2002. De acuerdo con ella se considera terrorista cualquier acto “destinado a causar la muerte o lesiones corporales graves a un civil o a cualquier otra persona que no participe directamente en las hostilidades en una situación de conflicto armado, cuando, el propósito de dicho acto, por su naturaleza ó contexto, sea intimidar a una población u obligar a un gobierno o a una organización internacional a realizar un acto o a abstenerse de hacerlo”.
Puesto que los intentos posteriores de que Naciones Unidas adoptara una convención global contra el terrorismo no han tenido éxito, esta definición de 1999 sigue siendo la de mayor validez en el ámbito del derecho internacional. Conviene por ello analizarla con precisión los dos elementos que la integran. El primero define el acto terrorista en relación con sus víctimas, que han de ser civiles o, en términos más generales, personas que no están combatiendo en un conflicto armado. Es decir que, de acuerdo con esta definición un atentado contra un militar en una situación de paz constituye un acto terrorista, pero no ocurre lo mismo con un ataque realizado contra una patrulla militar en una situación de conflicto armado. El segundo lo define en relación con su propósito, que ha de ser el de atemorizar a una población o de forzar la voluntad de un gobierno o de una organización internacional. De hecho el término terrorismo deriva de ese propósito de aterrorizar a una población: el terrorista no mata sólo para eliminar a su víctima, sino para crear un sentimiento generalizado de temor favorable a sus propósitos políticos.
Otra definición resulta particularmente importante a efectos estadísticos. Puesto que la administración de los Estados Unidos es la que mayor empeño pone en recopilar y publicar información sobre los atentados que se cometen anualmente en todo el mundo, debe tenerse en cuenta que a tales efectos el Código de los Estados Unidos afirma que el terrorismo consiste en una “violencia premeditada, con motivación política, perpetrada contra objetivos no combatientes por grupos no estatales o por agentes clandestinos”. Como puede verse esta definición contiene dos elementos que también figuran en la de Naciones Unidas, aunque expresados de manera más concisa: las víctimas han de ser personas no combatientes y el propósito ha de ser político. Añade además el carácter premeditado de los actos terroristas y que el sujeto terrorista ha de ser un grupo no estatal o un agente clandestino. Esto implica que los actos de violencia contra personas no combatientes promovidos por un Estado sólo entran en la definición de terroristas si se ejercen de manera clandestina.
En realidad, la imagen habitual de un acto terrorista implica un acto clandestino, no una violencia ejercida por agentes que se dan a conocer abiertamente. Por otra parte es innecesario englobar los actos no clandestinos de terror estatal en el concepto de terrorismo, porque los crímenes contra la población civil realizados por gobiernos están muy claramente definidos por el derecho internacional. El estatuto de la Corte Penal Internacional, aprobado por la conferencia de Roma en 1998 y que tras haber sido firmado por 139 estados entró en vigor en 2002, declara en su artículo 7 que son "crímenes de lesa humanidad" aquellos que se cometen "como parte de un ataque generalizado o sistemático contra una población civil" y "de conformidad con la política de un Estado o de una organización". Y en su artículo 8 incluye entre los crímenes de guerra el de "dirigir intencionadamente ataques contra la población civil en cuanto tal o contra civiles que no participen directamente en las hostilidades".
A pesar de su especificidad, el terrorismo presenta algunas similitudes con otras formas de violencia como la guerra convencional y la guerra irregular o de guerrillas. En los tres casos se emplea la fuerza para lograr un objetivo político. En ese contexto el terrorismo representa una forma de estrategia asimétrica, es decir de una estrategia que permite a quien la utiliza compensar la gran desproporción existente entre sus limitadas fuerzas y las de su enemigo, pues es evidente que un grupo terrorista no está en condiciones de desafiar a un Estado en enfrentamientos abiertos. Por otra parte, los terroristas ignoran todas las regulaciones con las que el derecho internacional ha tratado de limitar la barbarie de la guerra, especialmente las convenciones de La Haya y Ginebra que imponen a los combatientes, incluso irregulares, las reglas mínimas de llevar distintivos, portar armas abiertamente y conducir sus operaciones “de acuerdo con las leyes y costumbres de la guerra”, especialmente aquellas que excluyen el ataque deliberado contra poblaciones civiles.
Transición demográfica:
El modelo de la transición demográfica, propuesto en 1929 por el demógrafo americano Warren Thompson y basado en la experiencia de los países más desarrollados a partir del siglo XVIII, describe una transformación de las variables básicas de la dinámica demográfica, es decir natalidad y mortalidad, basada en cuatro fases.
La primera fase corresponde a las sociedades tradicionales o preindustriales y se caracteriza por elevadas tasas tanto de natalidad como de mortalidad. Las precarias condiciones de vida se traducen en una elevada y mortalidad, por lo que sólo una elevada natalidad explica que este tipo de sociedades hayan podido subsistir durante milenios. El equilibrio entre ambas tasas se traduce en un crecimiento demográfico lento, salvo en casos excepcionales como la colonización de territorios con condiciones naturales apropiadas por grupos humanos dotados de una tecnología más avanzada. Esta situación es la que tomó en consideración Thomas Malthus cuando desarrolló su pesimista teoría de la población, según la cual todo incremento del nivel de vida de las masas populares sólo podía ser transitorio, porque generaría un crecimiento demográfico que presionaría sobre los recursos disponibles hasta provocar un nuevo deterioro.
La segunda fase se caracteriza por un marcado retroceso de la tasa de mortalidad debido al desarrollo tecnológico y económico, que se traduce en mejoras en la agricultura, ene la industria, en los transportes, en la higiene y en la educación. Puesto que ello no va acompañado inicialmente por un descenso equivalente de la tasa de natalidad, el resultado es un rápido incremento de la población, tal como ocurrió en Europa en el siglo XIX y en muchos países en desarrollo en el XX. De acuerdo con el modelo maltusiano ese crecimiento podía haber concluido por generar una grave crisis demográfica.
En la tercera fase se mantiene la caída de la mortalidad, pero cae más rápidamente la tasa de natalidad, lo que evita que se produzca una catástrofe maltusiana. Esta reducción de la natalidad se debe a una transformación de las mentalidades, que pone en cuestión muchas pautas de comportamiento tradicionales y lleva a las parejas a concentrar sus esfuerzos en criar un menor número de hijos, que sobreviven gracias a la drástica reducción de la mortalidad infantil. El ritmo de crecimiento demográfico se reduce, como ya está ocurriendo en buena parte del mundo. En los actuales países emergentes, como China y Brasil, las fases segunda y tercera se han desarrollado con mucha mayor rapidez que en Europa.
La cuarta fase se caracteriza por tasas muy bajas tanto de natalidad como de mortalidad, por lo que el crecimiento demográfico tiende a cesar. No se produce sin embargo un equilibrio automático. En la mayoría de los países más desarrollados la fertilidad se ha situado muy por debajo de la tasa de reemplazo de dos hijos por mujer, lo que conduce a un aumento de la edad media de la población, que genera problemas económicos, aunque puede ser temporalmente compensado por la inmigración. Pero el descenso de la natalidad no es un fenómeno específico de los países desarrollados sino que se ha producido ya en la mayor parte del mundo. Surge así un desequilibrio que podría conducir a una quinta fase en la historia demográfica, marcada por el envejecimiento y por la disminución de la población. Últimamente se han manifestado sin embargo algunos indicios de repunte de la natalidad en algunos de los países más desarrollados.
Fuente: Juan Avilés