Liberalismo:
El término liberalismo puede emplearse en sentido general para referirse a la corriente ideológica que ha conducido al surgimiento de las democracias liberales y cuyos principios básicos son compartidas por todas las fuerzas políticas que se identifican con la democracia. En sentido más específico se aplica a aquellas corrientes políticas que ponen especial énfasis en la libertad de los individuos frente a la interferencia del Estado. Su etimología se remonta al término latino
liber (libre) pero su utilización para designar a una corriente política se remonta tan sólo a comienzos del siglo XIX. Los liberales españoles, defensores de la Constitución de 1812 fueron los primeros en adoptar esa denominación, que a mediados de aquel siglo era ya comúnmente usada en toda Europa y América.
Los principios liberales básicos, según el filósofo John Gray, son el individualismo, el igualitarismo, el progresismo y el universalismo. Es decir que los liberales defienden los derechos del individuo frente a las presiones colectivas, afirman la igualdad de derechos de todos los seres humanos, confían en un progresivo avance político y social y afirman la primacía de los valores humanos universales frente a las diferentes tradiciones culturales. Los liberales defienden la propiedad privada, la libertad económica, el gobierno representativo, la separación de la Iglesia y el Estado y el pluralismo político. Se suele considerar como “padre del liberalismo” al filósofo John Locke, quien tras el triunfo definitivo del parlamentarismo en Inglaterra con la “gloriosa revolución” de 1688 defendió el gobierno basado en el consentimiento de los gobernados. Un siglo después las revoluciones americana y francesa dieron un gran impulso a la idea de libertad.
El liberalismo clásico, que se desarrolló en Europa y América en el siglo XIX, promovió los derechos individuales y el gobierno representativo. Su concepto de libertad se basaba en la llamada libertad negativa, es decir la libertad del individuo frente a toda coacción exterior, del Estado, de la Iglesia o de cualquier otra fuerza colectiva, incluida la posible tiranía de la mayoría. De acuerdo con
la doctrina de los economistas clásicos, expuesta por primera vez por Adam Smith en La riqueza de las naciones (1776), defendió la libertad de mercado frente a las interferencias estatales y el libre comercio internacional frente a las medidas proteccionistas. En todo ello el modelo británico resulto particularmente influyente. John Stuart Mill, el más influyente filósofo liberal británico del siglo XIX resumió el concepto clásico de la libertad al afirmar que esta consiste en que cada uno persiga su propio bien a su propio modo.
Desde comienzos del siglo XX el liberalismo clásico fue en parte reemplazado por el llamado nuevo liberalismo o liberalismo social, que destacaba las obligaciones sociales del Estado y fue una de las corrientes que contribuyó al surgimiento del Estado del Bienestar. Surgió así el concepto de libertad positiva, desarrollado en primer término por el filósofo británico Thomas H. Green, que destacaba la necesidad de instituciones sociales y políticas que proporcionaran a los individuos las condiciones necesarias para ejercer su libertad. Si de acuerdo con el concepto de libertad negativa la misión del Estado es dejar hacer, de acuerdo con el concepto de libertad positiva el Estado debe garantizar las condiciones de bienestar mínimas para que todos puedan ejercer su libertad.
La Gran Depresión de los años treinta contribuyó a una perdida de confianza en la capacidad del libre mercado para regularse de manera autónoma y a una mayor intervención del Estado, que encontró su inspiración en la nueva doctrina económica de John Maynard Keynes. Por el contrario, a partir de la crisis de 1973 y de los gobiernos de Margaret Thatcher en Gran Bretaña y Ronald Reagan en Estados Unidos, se ha producido un retorno a los principios del liberalismo clásico, a veces denominado neoliberalismo, que se ha difundido por el mundo con el avance de la globalización.
En la actualidad los principios liberales básicos han sido asumidos por todos los partidos identificados con la democracia, pero la herencia del liberalismo clásico la mantienen sobre todo los diversos partidos liberales, de orientación en general centrista, que forman la Internacional Liberal y que en el Parlamento Europeo se agrupan en la Alianza de Liberales.
Libre comercio:
El libre comercio es un tipo de política comercial que permite los intercambios internacionales sin interferencia estatal. La política opuesta es el proteccionismo, que trata de proteger a los productores nacionales de la competencia extranjera mediante tarifas aduaneras, cuotas de importaciones, otras medidas administrativas que restrinjan las importaciones (incluidas medidas para proteger la seguridad alimenticia o proteger el medio ambiente) o subsidios a la producción nacional.
El argumento fundamental a favor del libre comercio es el principio de las ventajas comparativas, cuya demostración clásica fue expuesta en 1817 por el economista británico David Ricardo. Este principio explica por qué el comercio resulta ventajoso para las dos partes incluso en el caso de que uno de los países pudiera producir más barata la mercancía que importa. El ejemplo de Ricardo se refería al comercio de vino y tejidos entre Inglaterra y Portugal. Los costes absolutos de producir ambas mercancías eran por entonces más bajos en Portugal, pero la diferencia era mayor en el caso del vino, así es que a Portugal le resultaba rentable dedicar recursos a la producción de vino a expensas de la producción de tejidos e importar estos de Inglaterra. A su vez a Inglaterra le resultaba rentable especializarse en los tejidos, porque sus costes relativos (es decir en comparación con los costes portugueses) eran más bajos que en el caso del vino. La conclusión es que todo país saldrá beneficiado en la medida en que se especialice en la producción de aquellas mercancías para las que sus costes relativos son menores.
La aplicación práctica de este principio da lugar a muchos debates, pero su validez general es apoyada por una abrumadora mayoría de los economistas profesionales. De manera muy gráfica, el prestigioso economista Paul Krugman ha afirmado que si su profesión tuviera un credo, éste contendría sin duda los dos artículos siguientes: “entiendo el principio de las ventajas
comparativas” y “apoyo el libre comercio”. A los consumidores les perjudica el proteccionismo porque las barreras a las importaciones encarecen los precios que pagan. Y se ha comprobado que aquellos países que se han orientado hacia la exportación han tenido en las últimas décadas un desarrollo significativamente más elevado que los que adoptaron una política de substitución de importaciones que reservara el mercado nacional a los productores nacionales
Sin embargo cierto grado de proteccionismo se da en todos los países. Uno de los motivos es que siempre existen sectores productivos nacionales a los que el libre comercio les perjudica: en el ejemplo de Ricardo serían el sector vitivinícola inglés y el sector textil portugués. Tampoco resultaba sencillo vender la fábrica de paños para comprar una viña, ni deseable perder el empleo en el sector textil para irse a trabajar a otro. Desde el punto de vista político resulta además importante que el libre comercio beneficie al conjunto de los consumidores de manera poco visible, mientras que puede dañar de manera muy obvia a un sector concreto, que presionará en contra.
Además de la defensa de intereses particulares, el proteccionismo puede apoyarse en argumentos más amplios. Un argumento muy sólido es el relativo a los sectores productivos nacientes, que no han alcanzado las economías de escala necesarias para reducir los precios, pero que tras una etapa de protección estarán en condiciones de afrontar la competencia exterior. En tales casos los economistas recomiendan unas tarifas aduaneras moderadas. Menos justificación teórica pero mucho apoyo político tiene la protección de ciertos sectores en declive, como es notoriamente el caso del sector agrario de muchos países muy desarrollados. La política agraria común europea, por ejemplo, es muy proteccionista. Otros argumentos se basan en la protección de la independencia nacional, que ciertos sectores temen se vea comprometida si el país depende del exterior para su prosperidad económica, aunque ello resulta en nuestros días inevitable, a no ser que se admita el drástico declive del nivel de vida que implicaría una política autárquica. Los sindicatos de los países desarrollados se sienten amenazados por la competencia de los países con un nivel salarial más bajo, a los que se traslada la producción industrial de ciertos sectores (deslocalización). A un nivel más general, sectores de opinión de los países más desarrollados temen que la competencia internacional lleve a poner en cuestión sus niveles de protección social o de protección al medio ambiente. Y también hay críticos que ven en el libre comercio uno de los instrumentos fundamentales de la globalización y ven en ésta una amenaza a la diversidad cultural del mundo.
Multiculturalismo:
El término multiculturalismo puede emplearse en un sentido puramente descriptivo, para referirse a la situación de una sociedad en la que conviven grupos étnicos diferenciados por su tradición cultural y sus valores morales, y en sentido normativo como valoración positiva de esa diversidad, basada en el derecho de los grupos minoritarios a mantener su cultura y valores, e incluso en las ventajas que esa diversidad cultural aportaría a la sociedad en su conjunto. Loa partidarios del multiculturalismo propugnan un mismo respeto a los valores de los diferentes grupos étnicos y religiosos y rechazan la promoción de determinados valores como válidos para el conjunto de la sociedad. Las críticas al multiculturalismo se centran en el daño que produce a la cohesión nacional y en la restricción de los derechos individuales de los miembros de un grupo que pueden resultar de la promoción de tradiciones culturales específicas, por ejemplo la restricción de los derechos de la mujer en el caso de tradiciones culturales marcadamente patriarcales,
La diversidad cultural en el seno de una comunidad plantea problemas de integración. Un amplio estudio de campo llevado a cabo en Estados Unidos por el politólogo Robert D. Putnam reveló que cuanto mayor era la diversidad étnica, menor era la confianza de los ciudadanos entre ellos y respecto a las instituciones. En cuanto a las implicaciones éticas y políticas de la promoción de la diversidad cultural, el filósofo Aurelio Arteta ha argumentado que el multiculturalismo parte de la convicción de que existen grupos culturales que definen la identidad de los individuos y que deben ser protegidos, hasta el punto de que sus miembros deben ser eximidos de algunas de las
obligaciones generales de todos los ciudadanos. Lo cual pone en cuestión la universalidad de los derechos humanos y la igualdad ante la ley. Así es que, según Arteta, los principios democráticos conducen al respeto de las diferencias culturales, es decir a la aceptación de la diversidad cultural, pero no a su promoción a expensas de la igualdad de derechos de todos los ciudadanos de un país y del respeto a los valores reconocidos en la Declaración universal de los derechos humanos, adoptada por Naciones Unidas en 1947.
Nación:
El término nación, derivado del latín
natio, se emplea para referirse a un grupo humano que presenta ciertos rasgos culturales comunes y posee o aspira a algún tipo de autogobierno. Aunque a menudo se emplea como sinónimo de país o de Estado, en principio no es difícil establecer una distinción, pues el término país se refiere básicamente a un territorio, mientras que el término Estado designa una entidad política soberana. Más difícil es establecer la distinción respecto a términos como pueblo o etnia, salvo que el término nación tiene una carga política más fuerte: si un grupo humano se define a sí mismo como nación manifiesta con ello su derecho al autogobierno. Por otra parte el término nación se emplea muy a menudo como equivalente a Estado en el ámbito internacional: un tratado internacional es en realidad un tratado entre Estados y Naciones Unidas es una organización formada por Estados.
El término nación se aplica tanto a la nación-estado como a la nación cultural. Una nación-estado es un Estado que se presenta como la expresión soberana de una comunidad nacional, mientras que una nación cultural es una comunidad que se siente vinculada por unos rasgos culturales compartidos, aunque no posea un Estado propio. Este segundo concepto resulta más problemático que el de nación-estado, ya que no existe un consenso acerca de los rasgos que definen a una nación cultural. El requisito indispensable es que los miembros que constituyen esa comunidad sientan la existencia de un vínculo entre ellos basado en factores como la historia, la lengua, la religión y otras tradiciones culturales. De acuerdo con la interpretación primordial de las naciones, común ente los militantes nacionalistas, las naciones son comunidades naturales en las que se subdivide la especie humana y tienen profundas raíces históricas, mientras que los Estados multinacionales son construcciones artificiales. En cambio hay estudiosos que conciben a las naciones como construcciones sociales, es decir como producto de una acción voluntaria y consciente encaminada a su creación. Ernest Gellner, por ejemplo, ha afirmado que son los nacionalismos los que engendran a las naciones y no viceversa.
Hay casos en que los ciudadanos de un Estado se sienten miembros de una misma nación debido a su historia común, a pesar de sus diferencias étnicas o lingüísticas. En Europa el caso más evidente es el de Suiza, un Estado en el que se hablan cuatro lenguas y cuyos ciudadanos se sienten integrados en una Willensnation, es decir una nación basada en la voluntad. Un caso similar es el de aquellas naciones surgidas de la colonización y la inmigración, en la que la diversidad de los orígenes de sus ciudadanos no ha impedido el surgimiento de un fuerte sentido de la identidad nacional basado en su tradición histórica, como ocurre en Estados Unidos o en Argentina.
La concepción de la nación como resultado de la voluntad colectiva tiene su más famosa expresión en las palabras del escritor francés Ernest Renan quien en 1882 afirmó que una nación es “un plebiscito cotidiano”, es decir que existe porque sus miembros quieren que exista. Frente a la concepción primordial alemana según la cual la lengua y la tradición cultural eran la base de la nación y por tanto Alsacia y Lorena eran alemanas, para los franceses lo decisivo era la voluntad popular y por tanto Alsacia y Lorena eran francesas. Renan afirmó también que una nación era un grupo humano que había hecho grandes cosas en común y quería seguir haciéndolas. En contraste con esta afirmación optimista cabe citar la definición humorística, cínica pero no del todo desencaminada, que dio el deán Inge, profesor de teología en Cambridge, a mediados del siglo XX: “una nación es una sociedad que comparte un misma engaño acerca de sus antepasados y un mismo odio frente sus vecinos”.
Fuente: Juan Avilés