martes, 11 de marzo de 2014

11-M (I)



Son las 7.55 de la mañana del día 11 de marzo del 2004. Suena el teléfono móvil. Es Dagoberto Escorcia, jefe de deportes de La Vanguardia. ¿A estas horas? "Acabo de escuchar en la radio que ha habido un atentado en un tren en Atocha, hay muertos". Desde Lavapiés, unos ocho o diez minutos a media carrera. Tres meses antes, ETA ha puesto rudimentarios artefactos en la línea Irún-Madrid, que no llegan a estallar, con una grabación de aviso a los pasajeros que no llega a sonar. Lo primero que piensa cualquiera es que esta vez lo han conseguido.

 Son las 8.15 y la policía impide sin atender a razones entrar en la estación de Atocha. Sale humo. Es muy diferente el ruido que hace una ambulancia del que hacen veinte; convierten en bélico el sonido de asistencia.
En la radio tratan de ordenar el caos. Los trenes atacados son cuatro. Los primeros recuentos hablan de media docena de muertos por convoy. 4x6=24. Si esta cifra ha de ser la de víctimas, a estas horas ya es la más sanguinaria de ETA. En Hipercor, en 1987, fueron 21. No hace una hora del atentado y su crueldad es inédita hasta para un país con cuarenta años de experiencia.

 Han explotado diez bombas, de las trece que sabremos que fueron colocadas. Una altísima eficacia, impropia de aquella ETA que ve cómo sus jefes militares caen uno detrás de otro.

Otro de los trenes ha estallado medio kilómetro antes de entrar en Atocha. Con toda seguridad será un lugar más accesible. En la calle paralela a las vías, la cifra de ambulancias, alineadas, es la primera imagen de la brutalidad de lo que está ocurriendo: 48 vehículos en fila y en silencio, las bombillas naranja rodando. La segunda, un joven con un hilo de sangre saliendo de la oreja, sin bolsa, sin chaqueta, sin carpeta, que nunca tendrá nombre.

-¿Qué ha pasado?

-No lo sé, el tren ha explotado.

Y, fuera de rol, más allá del periodismo:

-¿Necesitas algo?

Pero el chico ya corre.

En aquel tren, el escenario es lo peor que el personal sanitario o policial (y desde luego, periodístico) haya podido contemplar jamás: vagones despanzurrados, convertidos en un caos de objetos y, en cuanto se fija la vista, cuerpos, y trozos. ¿ETA?

Entre los vagones y la tapia que limita la zona ferroviaria empiezan a colocarse hileras de cuerpos, cubiertos con mantas negras.

Pronto la policía obliga a la prensa a desalojar la zona, porque se localiza otra bomba, que los Tedax hacen estallar de forma controlada. El ruido es brutal. En otro tren ocurrirá lo mismo.

Fuente: La Vanguardia edición digital

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