martes, 11 de marzo de 2014

11-M (y III)



Las semanas siguientes son el vértigo. Aparte de la derrota electoral del PP y la nueva presidencia de Rodríguez Zapatero, las detenciones de una decena de personas del entorno de Zougam se mezclan con el descubrimiento, con bastante velocidad y precisión -como se verá-, de quién ha estado en el núcleo operativo del comando. La investigación judicial -que este diario fue desgranando en su día- ocupará 100.000 folios. Hay que retener dos nombres: Jamal Ahmidan, alias El Chino, y Serhane Ben Abdelmajid Farjet, alias El Tunecino.

Veintidós días después, el 2 de abril, el comando intenta volar un AVE Madrid-Sevilla. El artefacto (del mismo explosivo) ha sido colocado bajo las vías, pero no explota. El último AVE en pasar por encima llevaba 300 personas.

Un día después, y a partir del teléfono de otro viejo conocido de las fuerzas antiterroristas Said Berraj (que desaparece de Madrid pocos días antes del 11-M y que morirá en Iraq dos años después), el cruce de cientos de números de teléfono (gracias a un nuevo programa de rastreo mediante el cruce de posiciones de las antenas de telefonía) da resultados, y la policía descubre el piso recién alquilado por un grupo de magrebíes. Ahmidan y Ben Abdelmajid están dentro, junto a cinco hombres más.

Los GEO rodean el piso, que estallará con una potente bomba, matando al agente Francisco Javier Torronteras. Antes de inmolarse, varios de los terroristas llaman a sus familias para despedirse. Los relatos, impregnados de culpa y odio a partes similares, son sobrecogedores. La reconstrucción de los restos humanos dura semanas, y determina que en el piso mueren siete hombres. Uno de ellos trata de salvarse protegiéndose con un colchón.

Entre los inmolados sabremos que está Allekema Lamari, un argelino preso en España entre 1997 y el 2002 por pertenencia al Grupo Islámico Armado (GIA) y ansioso por vengarse de su cautiverio. También sabremos que el comando tenía amplias y kilométricas conexiones cibernéticas, de las que obtuvieron doctrina y, según las últimas investigaciones, órdenes de Al Qaeda.

La célula del 11-M, según la tesis de Fernando Reinares, investigador del Real Instituto Elcano que acaba de publicar ¡Matadlos! (Galaxia Gutemberg), una minuciosa investigación sobre el atentado, nace de hecho de los restos del primer grupo que se desarticula en Madrid justo después del 11- S.
Uno de sus integrantes, el marroquí Amer Azizi, es el único que escapa, porque está en ese momento en Afganistán. Desde fines de los noventa, un grupo en el que está este hombre se ha ido radicalizando y se ha desgajado de la gran mezquita de la M-30 de Madrid. En este grupo está Ben Abdelmajid, llegado desde Túnez en 1994 para estudiar un doctorado en Económicas. Tras acabársele la beca entra en esos círculos, con un papel secundario.

Pero todos cuantos tiene por delante van cayendo detenidos por su relación con Al Qaeda entre el 2001 y el 2003 y, con Azizi en Afganistán o Pakistán, asume el liderazgo; Azizi es quien espolea el 11-M. Lo hace por tres factores: ansia de venganza, intervención de España en la guerra de Iraq y conexión entre Ben Abdelmajid y el g rupo de narcos de Ahmidan. Reinares ha averiguado ahora que Azizi estuvo en Madrid en diciembre del 200 3 para transmitir las últimas órdenes, lo que por otra parte –con el riesgo que suponía que viajara a Europa, donde estaba en busca y captura– desvelaría la importancia que Al Qaeda daba al aacción. Con tal cantidad de personas implicadas, en gran parte bajo seguimientos policiales, es sobrecogedor comprobar cómo la realización del atentado se produce sólo después de una concatenación de desidias.

Por ejemplo, que la información que la Audiencia Nacional había solicitado a Turquía sobre Said Berraj – y que alertaba de su importancia – llega a Madrid ... el 10 de marzo. O que Ben Abdelmajid estaba bajo seguimiento del juez Garzón desde meses antes, y sus seguimientos, según comprobó y publicó este diario en su día, se prolongan hasta el día 8. Oq ue el día 5, una vecina de la finca de Morata de Tajuña donde se es tán montando las bombas, alertada por una extraña concentración de magrebíes, llama a la Guardia Civil.

La finca es propiedad de un islamista por entonces ya detenido y allí se identifican varios coches , pero todo acaba en un breve informe intrascendente; uno de los vehículos es de la suegra de Ahmidan, a quien conocen las fuerzas antinarcotráfico, pero no las antiterroristas. Y aún un poco antes, el 29 de febrero, Ahmidan es detenido en el viaje en el que transportan 200 kilos de dinamita. Su coche, que precede al que lleva el explosivo, es robado, no lleva toda la documentación en regla ni ha pasado la ITV. Además, el pasaporte que muestra es falso y paga la triple multa en grandes billetes en efectivo. Nada de eso levanta sospechas, y los agentes le dejan seguir. Los 200 kilos de dinamita lle- gana Morata. Faltan sólo 11 días.

Fuente: La Vanguardia edición digital

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